30Nov
Escrito por Isabel Goyes Moreno. Posteado en Investigación
El estudio “Agricultura familiar: motor de cambio para un futuro sin hambre en Colombia” comienza por destacar y reivindicar el papel de esta forma productiva para aquellos países y regiones que tienen en la producción agrícola un fundamento fuerte para su desarrollo sostenible. Colombia y concretamente el Departamento de Nariño se ubica en la mencionada categoría. Una breve revisión normativa nos da cuenta de la deuda histórica existente con el campo colombiano, que se ha visto afectado por conflictos por la tenencia de la tierra y el despojo, en un país donde se ha privilegiado a los grandes propietarios.
El reciente Censo Nacional agropecuario nos muestra en una primera etapa de resultados como la mayoría de las Unidades de Producción agropecuaria son inferiores a 5 hectáreas y se evidencia el papel de las mujeres en la toma de decisiones en el campo. En los últimos años se ha buscado fortalecer la Agricultura Familiar a través de políticas encaminadas a fortalecer la producción para el autoconsumo, como mecanismo de aseguramiento de la seguridad alimentaria de los productores campesinos, como es el caso del Programa de Agricultura Familiar, que busca reducir la pobreza en el sector rural, atendiendo a que este es uno de los problemas más sensibles en el campo colombiano.
Por otra parte, La agricultura familiar fue afectada por el conflicto armado que vivió Colombia en las últimas décadas. Las familias campesinas por sus difíciles condiciones infraestructurales, por su situación de vulnerabilidad y por la escasa presencia del Estado, fueron victimizadas por los actores armados, incidiendo en su desplazamiento o en su estancamiento.
La mujer rural que ha venido asumiendo la jefatura del hogar campesino, es la principal impulsora de la agricultura familiar y de su fortalecimiento depende en buena medida el éxito de los programas de luchas contra el hambre y la desnutrición infantil. No obstante enfrente graves dificultades acceder a la propiedad de la tierra, a préstamos bancarios, a los avances tecnológicos, a vías de comunicación y mercados alternativos, todo lo cual impide su consolidación en perjuicio de la familia campesina.
El creciente auge de los movimientos y organizaciones de mujeres rurales, al igual que los compromisos internacionales del Estado colombiano y de los gobiernos y locales, se convierte en una esperanza de un cambio positivo en favor de la agricultura familiar, sobretodo el regiones con fuerte tradición agraria y presencia proactiva de mujeres organizadas empoderar de sus derechos.
La paz que se aspira construir en Colombia a partir del año 2016 tiene en las mujeres rurales y en la agricultura familiar un bastión insustituible, por las posibilidades reales de afectar los niveles de pobreza del campo colombiano.